La lesión de Alexander Zverev no puede enturbiar otra argucia táctica de Rafael Nadal
Cualquier análisis del partido de semifinales entre Alexander Zverev y Rafael Nadal tiene que pasar obligatoriamente por la lesión del alemán. Esa espantosa torcedura de tobillo mientras buscaba una pelota esquinada de Rafa marca el partido, marca el resultado y marca la clasificación del español para la final. Ahora bien, antes de ese momento terrible hubo tres horas de juego. Tres horas en las que dio siempre la sensación de que Zverev era superior, pero que se venía abajo en los momentos clave. Lo que siempre ha sido como tenista, vaya.
Zverev desperdició un break de ventaja en el primer set y un 6-2 en el tie-break. Zverev desperdició un 5-3 y saque en el segundo con tres dobles faltas en el mismo juego. Zverev acabó el partido injustamente en muletas, sin que vayamos a saber nunca si hubiera sido capaz de expiar sus pecados y darle la vuelta a su leyenda. Es muy complicado no centrarlo todo en la figura del espigado número tres del mundo, pero vamos a intentarlo: hay veces que uno no gana porque no puede y veces que uno no gana porque no le dejan. Hasta la lesión, hubo en el partido algo de las dos cosas.
Los fallos individuales de Zverev son imposibles de disimular incluso con toda la empatía del mundo. Tanto sus subidas a la red algo deslavazadas como sus problemas con el segundo saque. Ahora bien, enfrente había alguien que estaba muy preparado para sacar el máximo partido de cada debilidad. A menudo se apela a la masculinidad y al coraje de Rafa Nadal para sacar adelante sus partidos y se obvia que es, tácticamente, el mejor tenista de la historia con muchísima diferencia. Ante Djokovic, salió a dominar porque sabía que no podría defenderse a gusto. Ante Zverev, salió a defenderse... confiando en que el alemán se acabaría metiendo en algún jardín.
Así sucedió en los dos sets y da la sensación de que habría seguido sucediendo si el partido hubiera seguido más tiempo. Nadal hizo de la defensa el mejor ataque. Hay veces que da la sensación de que devuelve la pelota por devolverla, pero es una sensación engañosa: igual que jugadores como Alcaraz o el propio Zverev poseen un arsenal ofensivo envidiable, Nadal domina todas las suertes defensivas. Es un espectáculo técnico. Tanto de revés como de derecha es capaz de convertir un golpe imposible en una pelota profunda, lo suficiente como para hacer dudar al rival. Y hacer dudar a Zverev es matarle competitivamente.
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— Roland-Garros (@rolandgarros) June 3, 2022
Por supuesto, es una táctica muy arriesgada. Una táctica que ya utilizó en parte ante Daniil Medvedev en Australia y que también salió mal entonces en los primeros compases del partido. Depende de que se cumpla lo que tú crees: que el rival va a fallar, que mentalmente no está listo para ganarte, que va a hacer tres dobles faltas, que va a tener problemas para improvisar golpes y se va a ceñir a los ataques clásicos que tanto benefician a Rafa (moverle de lado a lado en vez de jugarle contrapiés es un error grosero a estas alturas) y que, al final, te va a dejar el hueco necesario para el contraataque.
Nadal no se puso dos sets a cero abajo por muy pocos detalles, pero da la sensación de que fueron detalles estudiados. Aclaremos de entrada que si uno juega bien, no hay táctica que valga... pero la versión de Rafa de este viernes fue una versión menor, una versión que necesitaba de recursos tácticos para sacar adelante el partido. ¿"Pecheó" Zverev con el 6-2 del tie-break y con el 5-3 del segundo set? Sí, claro. Se quedó a gusto. Pero ¿acaso no era eso lo que estaba buscando Rafa todo el rato con su estrategia? Era una invitación: "Venga, gana tú el partido, no voy a darte ritmo en ningún momento", que iba camino de acabar bien.
Prueba de lo bien que defendió Rafa es el hecho de que ganara el 60% de los puntos jugados a cinco o menos golpes. En otras palabras, Zverev necesitaba golpear y golpear para ganar un punto, no había manera de que hiciera su tradicional juego de servicio y derecha. En casi todos los intercambios, Nadal adoptaba la posición defensiva, y, sí, Zverev ganaba la mayoría... pero perdía ritmo. No veíamos a ese Zverev imperial que vimos ante Alcaraz, el que enlazaba aces, derechazos, reveses cruzados...
Zverev necesitaba luchar para ganar y Zverev no es un luchador. Queda feo decir esto cuando acabamos de verlo con muletas despidiéndose del público, pero no deja de ser verdad. Zverev no aguanta psicológicamente esa presión de jugar a cinco horas o seis horas sin ritmo alegre. Cada set -incluso el que no se pudo acabar- duró más de una hora y media, ¿cuántos puntos se jugaron? Nadal tiró de veteranía, de viejo lobo que se sabe más lento que su presa e intenta acorralarla. Es lo que hizo. Zverev pensó y perdió. Y luego se cayó, por supuesto, pero esa es otra historia.
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